Hasta el gorro
El balear se caracteriza por su carácter tranquilo. No hay problema mientras le dejen trabajar y comerse una paella el domingo. No quiere excesos, sino vivir en paz. Las restricciones a la libertad que ha impuesto el Govern de les Illes Balears por la pandemia han supuesto un duro revés para las islas y sus habitantes. Sin embargo, la gestión de la presidenta Armengol será recordada por las continuas contradicciones y los capítulos esperpénticos que no osaría escribir ni el propio Valle-Inclán.
A partir del segundo semestre de 2020, se establecieron diferentes niveles, según la incidencia de cada isla, para aplicar unas medidas u otras para contener el virus. Estrambótico. Si por algo se han caracterizado es por su volatilidad.
El Govern ha modificado a su antojo las medidas que suponía cada nivel o cuántos casos debía haber para implantar uno u otro. Es decir, se han restringido los derechos fundamentales y las libertades públicas de los isleños de forma, aparentemente, poco rigurosa. Mientras tanto, el PIB balear es el que más ha caído en toda España.
Diferentes sectores han sufrido los estragos económicos de la pandemia. Muchos de estos efectos eran inevitables. Otros, se podrían haber solventado o aminorado con una gestión política adecuada. Mientras los interiores de los bares siguen cerrados, el sector de la restauración y de la hostelería –entre muchos otros- ven cómo han sido duramente maltratados en comparación a otras comunidades autónomas como Madrid. La salud no es excusa.
El Instituto de Salud Carlos III, dependiente del Gobierno de España, y la Red Nacional de Vigilancia Epidemiológica, cercioran que Madrid es la comunidad con menor letalidad desde hace un año. Todo esto, mientras el Govern culpa a Díaz Ayuso de que Reino Unido no incluya a España como destino seguro. Lo que no dicen es que los británicos han sacado a Canarias de la lista como destino de riesgo. En resumen, la culpa del desastre económico y de las medidas irrisorias, que han supuesto una hecatombe en las islas, no es culpa del propio Ejecutivo autonómico.
La sociedad no se merece sufrir las restricciones más duras de España sin justificación. La tasa de contagios es de las más bajas del país. El sector terciario, núcleo central de la economía, se ha dejado de lado. Mientras se alardea de que llegarán ayudas, la destrucción de empleo y las llamadas colas de hambre se acrecientan a velocidad de vértigo. La única luz que se ve al final del túnel es la de la vacunación. No se cambia la tónica en este aspecto.
Baleares es una de las zonas que recibe, porcentualmente, menos vacunas de todo el país. La esperanza de esta tierra es la de poder tener cierta normalidad durante los meses de verano para albergar el máximo número de turistas y visitantes. Miles de empresas y familias dependen de ello. El Govern tiene su última prueba de fuego ahora. Por el bien de la ciudadanía, conviene que la inverosimilitud, el fracaso y la degradación que caracterizaba la obra de Valle-Inclán no sigan siendo una fiel descripción de cómo está gestionando el Govern la pandemia.
Los ciudadanos están hasta el gorro. Hasta el gorro, curiosamente, como se llamaba el local en el que se encontraba la presidenta Armengol saltándose sus propias restricciones en octubre de 2020 a altas horas de la madrugada: el Hat Bar.
Pedro Manuel Xucglá Escobar
Vicesecretario de Comunicación de NNGG Balears e integrante del equipo de Comunicación de NNGG España.
Graduado en Periodismo y Comunicación Audiovisual. Cursando Máster en Comunicación Política y Empresarial.