Crónica Balear: Siglo XXII (Parte I)

Mi nombre es Miguel Ángel Mudoy. Nací y crecí en Palma de Mallorca en el año 1972 del siglo pasado. Y, cumpliré la asombrosa edad de ciento treinta años en el próximo año 2102. 

A pesar de mi obvia longevidad, me mantengo en un excelente estado físico y mental. Mi cuerpo, que ha sufrido transformaciones significativas con el paso del tiempo, se caracteriza por una musculatura atlética, alcanzando una impresionante altura de tres metros. Mi última prueba de coeficiente intelectual (C.I.) ha indicado una puntuación que supera los doscientos puntos en la escala de inteligencia de Wechsler, ( una prueba que sigue siendo ampliamente utilizada ), en los dos únicos continentes que todavía sobreviven, América y Europa, para medir la inteligencia en adultos, incluyendo a aquellos como yo; que han sido mejorados genéticamente. 

La población de las Islas Baleares se ha reducido drásticamente: a tan solo diez mil habitantes, concentrados en su mayoría, en las montañas del norte de la isla de Mallorca, que antes del gran cataclismo, eran conocidas como la Sierra de Tramontana. 

Las islas de Formentera, Ibiza y Menorca desaparecieron por completo debido a esa violenta e inesperada agitación de las aguas del mar Mediterráneo, que afectó a todo el archipiélago Balear, provocando inundaciones masivas y catastróficas. 

En cuanto al clima, hace ya tiempo que no existen las cuatro estaciones del año, sino que una única y persistente estación reina durante todo el año: el verano, con temperaturas medias que oscilan entre los 70 y 75 grados centígrados a la sombra. 

Mallorca, o lo que queda de ella, se ha convertido en una desértica franja montañosa, rodeada de agua por todas las partes, y caracterizad a por su aridez y calor insoportable. Solo los androides se aventuran a salir a la superficie para producir agua potable. Vivo en una modesta y austera vivienda subterránea. Estas casas invertidas, construidas bajo tierra, se convirtieron en la solución para enfrentarse al cambio climático extremo que afecta al mundo desde hace más de un medio siglo. 

El mundo ha experimentado cambios drásticos, y en su mayoría, desgraciadamente para peor. A finales del siglo XXI, las Baleares sufrieron una transformación terrible y desoladora: lo que una vez fue un paraíso turístico de renombre mundial, con sus playas de aguas cristalinas y su vibrante vida nocturna, se convirtió en un lugar irreconocible. 

Las olas de calor extremas se convirtieron en la nueva norma, haciendo que los largos días e insufribles noches fueran inaguantables y peligrosas para la salud. Los turistas que solían visitar nuestras islas en busca de sol y diversión comenzaron a huir en masa, en busca de destinos muchos más frescos y menos abrasadores en el norte del maltrecho continente europeo. Los hoteles, bares y restaurantes una vez llenos de turistas ilusionados y entusiasmados, se convirtieron en sombríos vestigios de una época dorada pasada. 

Las consecuencias económicas fueron devastadoras. Las multinacionales del sector turístico, que habían invertido millones de los antiguos euros en la construcción de complejos hoteleros de lujo y restaurantes de alta gama, se encontraron en una situación de quiebra. La hostelería, que solía ser una fuente de empleo para miles de personas, se vio afectada por un cierre en cadena de establecimientos y la pérdida de puestos de trabajo. La desaparición del turismo en las Islas Baleares dejó cicatrices económicas que parecían imposibles de curar. 

Los habitantes y residentes, una vez acostumbrados a la afluencia constante de viajeros, se vieron enfrentados a un panorama impensable. Los mercados locales que solían prosperar gracias a los turistas ahora languidecían, y las tradiciones culturales que alguna vez florecieron gracias a la diversidad de los visitantes se desvanecieron rápidamente... 

Miguel Ángel Mudoy
Escritor | Autor