Cuando un banco de Palma se convierte en un sitio de reunión para el descontrol
Carlota Padilla | 12/09/2022
Un banco de Palma se ha convertido en un lugar de reunión para el descontrol, por ello, los vecinos de la zona se han puesto en contacto con Crónica Balear para denunciar el “malvivir” que padecen “todos los días” debido a las molestias de un grupo de personas que se reúnen en un banco enfrente de su portal, concretamente en el último tramo de la calle Arquebisbe Aspàreg con la plaza Miquel Dolç.
Relatan que desde hace “más de dos años y medio” en un banco de madera se juntan diariamente un grupo de personas, “empezaron siendo dos, luego tres o cuatro, ahora son seis y en ocasiones, incluso 10 o 12”.
El resultado de estas reuniones no es otra que “ruido, gritos, botellón, peleas, suciedad, orina, defecaciones, etcétera”, detallan, “incluso, en ocasiones, han llegado a tener sexo en el mismo banco”.
“La fiesta empieza a las 10 de la mañana y puede terminar a las 4 de la madrugada”, apuntan.
“Vivo en un octavo y aun así parece que están en mi casa, no me quiero imaginar cómo debe ser para las plantas bajas”, cuenta una vecina.
Después de casi dos años y medio, este banco de Palma, que está justo al lado de una parada de bus y pensado para que una persona mayor, un niño o cualquier otra persona se siente está ocupado por una serie de personas que no permite que los vecinos vivan tranquilos.
“Algunos de ellos están tomando ansiolíticos para poder sobrellevar esta situación que arrastramos desde hace tanto tiempo”, confiesan.
Por si fuera poco, se trata de un grupo de personas violentas que intimidan a los vecinos, según han manifestado los mismos. Algunos son mayores, otros tienen hijos y la situación ha alcanzado un nivel “desesperante” y que hace sentir “muy impotentes” a los vecinos.
Una de ellas, cuenta que cuando alguien les recrimina su comportamiento, las amenazas, los encaramientos, son constantes, “todos sabemos cómo se pone la gente cuanto toma según qué sustancias”. Cuenta además que, entre ellos, las peleas también son habituales.
Se ha vuelto rutinario pasar “y hacer como que no los has visto”, admiten, “intento que no me vean, que no sepan quién soy ni dónde vivo, porque tengo miedo de lo que puedan hacerme”.
Ante esta muestra de incivismo e inseguridad, la paciencia e incluso la esperanza de que la situación mejore “se ha agotado”, confiesan.