Viajar con niños: ¿una aventura o una pesadilla?

Ana M Longo | 08/03/2020

Son muchos los padres que afirman que les resulta imposible decidirse a viajar si tienen niños pequeños. Se visualizan con cuatro o cinco maletas, carro, juguetes, bolsa de comida aparte, y sufren antes de preparar el equipaje. Es normal sentir vértigo ante esa aventura. Tranquilo no va a resultar. No obstante, se puede viajar con niños y la experiencia será gratificante para toda la familia.

Viajar no implica cruzar el charco o irse a miles de kilómetros con vuelos de horas interminables. Hay lugares a los que ir en dos o tres horas de viaje, incluso cerca de la ciudad de residencia, que aportarán el mismo mensaje al niño: el respeto por la diferencia, la curiosidad y la tolerancia.

La aventura de viajar con un niño pequeño

Quien diga que en el futuro el hijo no recordará los viajes de pequeño, se equivoca. De cada ocasión se logra algo. No solo padres, sino también el hijo habrá disfrutado la experiencia en el momento y a largo plazo podrán contarle sus hazañas. Quizás logre rememorar puntos clave con la ayuda de fotos y al mantener las anécdotas relativamente presentes.

Por esa norma, no se practicaría ninguna actividad con el niño pequeño: “Total, no lo recordará”. En el preciso instante, el hijo es feliz y agradece a los padres la oportunidad de hacer algo fuera de lo común. La sonrisa y disposición del hijo denotará que le ha aportado algo esencial, que incorporará a su álbum mental personal. No permanecerán todos los detalles, menos con tres, cuatro o cinco años. Sin embargo, si se le ayuda, sí revivirá algunos.

Al viajar, el hijo pone en práctica muchos de los valores y normas que está aprendiendo en su vida diaria con sus padres y en la escuela: participa en el proceso y se siente integrado y conoce gente diferente, en ocasiones con otro idioma y costumbres. El niño respeta la diversidad, se desarrolla en otros ambientes, observa, investiga aquello que no acostumbra a ver, sale de la monotonía y va más allá, con una mentalidad abierta.

Los padres ponen excusas

Los padres suelen referir que el hijo que no pide, no extrañará lo que ignora. No obstante, la poca valentía del padre hace que se desaprovechen enseñanzas cruciales para el niño. Nadie pone en duda que un viaje con niños puede resultar de lo más estresante o, al menos, bastante diferente a lo idealizado. Pero al pequeño se le está privando de lo mejor de la vida: el conocimiento.

Pese a que una pareja con hijos deba dejar de lado las actividades que solo dos personas adultas pueden realizar y tenga que centrarse en un itinerario prácticamente exclusivo para niños, merece la pena. Toda la familia se beneficiará. Es comprensible que, tras realizar un viaje con esmero, el padre desee que todo salga a la perfección. Al ser padre, eso debe darse por perdido y aceptar la improvisación y los cambios de planes.

En la desorganización conviven muchos buenos elementos. Nada está realmente carente de déficits, lo ideal resulta el salvarlo en la medida de lo posible. Con hijos, también se puede. Lo mejor para los padres es dejar de poner excusas y apostar por viajar con sus hijos. El pequeño debe conocer que hay algo más allá que su casa, su ciudad, su rutina… El aprendizaje de la vida es algo que perdurará siempre.

Todo esto tiene sentido si la mentalidad de los padres se traduce en vivir lo máximo con el hijo, involucrarse en su educación y, sobre todo, compartir y crecer juntos. El hijo con el padre cerca no tiene miedo a nada, así que basta de buscar problemas, porque sabrá adaptarse sin ninguna complicación. Los niños son muy flexibles y no suelen encontrar tantas limitaciones como los adultos.

Hijo más tolerante y maduro

Los niños que pasan tiempo con sus padres sienten el afecto, fortalecen el apego, les observan, toman ejemplo y valoran su tiempo. La relación se nutre de las enseñanzas mutuas. El padre aprende del hijo, aunque sea pequeño y viceversa. Al viajar, uno se abre al mundo, bebe la vida a sorbos y no se encierra en su propia visión del mundo y de lo que tiene frente a él.

El niño que viaja normalmente se desarrolla de un modo libre y logra adaptarse a los cambios fácilmente, sin prejuicios y es más tolerante, menos introvertido y selectivo. El padre que le permite hacerlo confía en él y sus posibilidades y, pese a añadir trabajo a la aventura, piensa en su bienestar. Viajar con hijos no da descanso. Las actividades diarias con los ellos se repiten, aunque sea en otro marco. Quizás, eso de algo de aliento.

En cada viaje -en el proceso previo, durante y después- los padres pueden valorar el comportamiento del hijo pequeño. Destacará la predisposición e ilusión que muestra, su implicación en el itinerario y en la preparación de su maleta o en conocer detalles del mismo. Esto se une a la llegada al lugar. El padre observará cómo se adapta a los diferentes sitios, hoteles, gente, idioma, tradiciones…Todo influirá en su modo de interactuar con el mundo.

Al viajar, los niños pequeños se llevan la mejor de las enseñanzas: el respeto a lo ajeno, el valor por lo diferente y la importancia de la familia y el tiempo juntos. Crecer en unión, y a la vez sin amarres, lo posibilita un entorno que añade mucha importancia al vínculo, al fomento de la cultura y a alimentar las relaciones socio-personales.

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